Aquí hubo tiendas, calles, anuncios, cafés, barquilleros, caudal de gente llegada de las castillas y las extremaduras, un paisanaje, hijo de tantas guerras, que dejaba la pana y la sarga, vestía sariana y se bañaba junto a la piedra ballenera de la Entrellusa, Huelgues o Carranques, en medio de una fiesta general y grande.
Casa de muchas familias, hogar con muchos niños de secano y mina, la Ciudad Residencial de Perlora, llena de hermosos espacios, se fue dejando sola, caer, calle muerta, garita y campamento de piratas y corsarios, con sus okupas de movida y paro entre luces que alumbran solo ausencias. ¡Al fin se ha muerto a manos llenas! ¡Qué luciente fracaso!
Murióse la Ciudad de Vacaciones. Pero aquí queda esta alameda, las tardes grandes de verano con su llama de sol, los paseos para un hondo pensamiento, las playas repujadas de olas.
Aquí queda este galeón hundido, hinchado de monedas y tesoros que el pueblo debe poner, para su disfrute, otra vez a flote.
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