domingo, 10 de noviembre de 2013

Armador Grande de barcos pequeños

............Anselmo García, trabajando en el buque escuela "Juan Sebastián Elcano" Foto: Mónica G.SALAS
El candasín Anselmo García, que a los 96 años presume de su largo matrimonio, sigue confeccionando veleros en miniatura con la única ayuda de una navaja y sin gafas.


Mónica G. SALAS. Está lloviendo. Pero Anselmo García tiene el plan perfecto para pasar su tarde y ver, aunque sólo sea de refilón, cómo las gotas impactan en el cristal de su ventana. Construir barcos en miniatura es, desde siempre, su mayor afición. Con mucha paciencia y tan sólo haciendo uso de una navaja, va dando forma a una embarcación. Desde el principio, su desenvoltura sorprende, pero más aún cuando confiesa que no utiliza gafas y que tiene 96 años. Y "ya camino de los 97, que cumplirá en enero", como recuerda su mujer Inés Muñiz, que presume también de 93 primaveras muy bien llevadas. De hecho, este matrimonio es considerado el más longevo de todo Candás y probablemente también de Carreño, aunque a simple vista sus condiciones físicas y mentales no lo desvelen.

García empezó con 35 años a fabricar a pequeña escala sus primeros barcos. "Yo era pescador y un día vi a uno de mis compañeros tallar. Así me animé a hacerlo. Empecé con réplicas de pesca y luego ya con veleros", señala García, sentado en su rincón de faena en el salón de su casa. "Durante el trabajo, nos daban una hora de descanso al mediodía. Pero yo con unos minutos para comer ya tenía suficiente. El resto del tiempo lo dedicaba a la artesanía", agrega. Desde entonces, nunca guardó su navaja y ha llegado a configurar más de 50 embarcaciones. "Mira que fice yo barcos en la vida, ¿eh?", susurra este candasín, que llena de ambiente marinero las casas de todos sus familiares. "Nunca vendió ninguno. Siempre los hizo para sus hijos, nietos y demás allegados", dice su hija Inés.

A Anselmo García lo de ser un "manitas" no le vino ni mucho menos de la noche a la mañana. Ya desde pequeño apuntaba maneras. "Íbamos mis amigos y yo a las fábricas de conservas y con latas ya hacíamos barquinos. Luego los poníamos a flotar en un pozo, junto a la Peña Furada", recuerda. Pero seguramente lo que nunca llegó a imaginarse es que esos primeros "barquinos" evolucionarían con el paso de los años y su travesía continuaría todavía hoy. Aunque muchas veces piense en amarrar su flota para siempre. "Un día voy agarrarlos todos y tirarlos por la ventana. Dan mucho trabajo", afirma entre risas. "Es que las velas se ensucian mucho y siempre que un barco presenta algún desperfecto se lo llevamos a él para que lo arregle", aclara su hija Inés. Aun así, su yerno Joaquín Raimundo Rodríguez está convencido de que los veleros seguirán navegando por sus manos. "Siempre dice que lo va a dejar, pero a los cuatro días ya lo ves lijando un trozo de madera", manifiesta.

Los pasos de la creación

Con todo, no es de extrañar que este artesano recite de carrerilla los pasos a seguir para la creación de uno de sus veleros. "Primero, con la navaja, se va configurando la proa y la popa. Y después ya vas haciendo, con paciencia, los detalles y las velas", expresa. Todas sus embarcaciones cuentan con más de 80 hilos y todo tipo de particularidades, que resultan difíciles de descifrar. Se necesitan varios minutos de concentración para llegar a distinguir esos elementos, que a sus 96 años Anselmo sigue colocando con gran precisión. ¿Y el secreto para gozar de tan buena salud? "No hay (se ríe). Pero supongo que tendrá que ver que casi nunca fumé y bebí", asegura, ya sentado junto a su querida esposa, que no pierde detalle de la entrevista e, incluso, se atreve a intervenir. Pero en su caso para hablar de amor.

"Todavía hoy me dice que soy la mejor mujer del mundo. Siempre nos quisimos mucho", reconoce esta candasina, que cuenta que se conocieron hace más de 70 años en el baile de "Casa Ñudro". O quizá de "El Palermo", en eso la pareja no se pone de acuerdo. Pero lo mismo da. La cuestión es que desde que se conocieron no se han vuelto a separar y su amor ha resistido el paso de los años. Él sigue imparable haciendo barcos y ella cocinando marañuelas. Que, por cierto, "son las mejores de todo Candás", como afirma su familia.

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