lunes, 18 de noviembre de 2013

Pan, puro y una copa de sencillez

...............NANO FERNÁNDEZ, CON SU PERRA "CASCARILLA" EN LA MARTONA Foto: Monica Salas

Nano Fernández, que a sus 66 años sigue vinculado a su bar El Cubano, es una persona querida en todo Candás gracias a su humildad y gran corazón

Mónica G. SALAS. Es difícil encontrar palabras que le definan. O mejor dicho, sobran. Porque quien le conoce o simplemente ha tenido la oportunidad de escucharle durante unos minutos, entre plato y plato en su restaurante, habrá llegado a la conclusión de que detrás de esa fachada de hombre con boina y puro se esconde un ser excepcional, una persona que, con su sencillez, humildad y, sobre todo, gran corazón, ha conseguido meterse a todo Candás en el bolsillo de su chaqueta. Y ése no es otro que Nano Fernández. 


Aquel joven que llegó a la villa marinera procedente de su Coladilla natal, en León, con tan sólo 15 años de edad, para trabajar en el bar El Cubano cuando ni tan siquiera sabía "lo que era una botella de sidra". "Mama mía", como diría él, llevándose las manos a la cabeza.

Sin embargo, el tiempo ha pasado y Nano (Luciano), ya jubilado a sus 66 años, no ha podido o quizá no ha querido decirle nunca adiós a Carreño. "Aquí, siempre me trataron muy bien. Aprendí mucho y conocí a todos los marineros de Candás: Sermín de Caguete, José el de la Ricarda, Cascabel, el huevero... (se ríe) Todos tenían un mote", comenta fumando tranquilamente un puro en la cocina de su casa en La Martona. Aunque pronto da a entender, a través de un divertido poema, que su sentimiento está, en realidad, dividido. "Dos amores tengo yo repartidos en mi corazón. / Santina tiene Asturias y Patrona tiene León", recita pausadamente con un rostro de alegría que al instante adquiere tono de seriedad. "Y que me entierren donde muera, no me pongan flores y el dinero se lo den a una ONG", añade.

Porque Nano Fernández es así. Tal cual, sin adornos. Transparente, solidario y feliz, aunque sólo tenga acceso, como dice, a "un Farias, pan y vino". Y si el pan es de hace quince días, "lo mismo da". Y si tiene que meter en casa a indigentes, "lo hago. Porque, ¿qué les voy a dejar en la calle si no tienen adónde ir? Me mataría mi padre", afirma. Aunque reconoce que eso de ser tan bueno algunas veces le pasa factura. "Así me luce el pelo... Pero, ¿qué quies? Si no fuese así, entonces no estaríamos hablando de Nano", apostilla entre risas.

En esa peculiar forma de ver la vida influyó y mucho su padre, Ezequiel. "Siempre quiso que mis hermanos y yo trabajásemos para tener un futuro. Nunca nos pidió una peseta a cambio y nos quiso con locura. Pero eso sí, siempre nos decía que no quería que nos metiéramos en líos", relata. Y así fue. Nano siempre destacó por su esfuerzo y dedicación. Primero en su querido León, como criado a los 9 años en Casa Quintín, y más adelante en Asturias como camarero en el bar El Cubano.

LLEGADA
Su llegada a Candás fue fruto de la relación que su padre y Alfredísimo, el de los helados Hermanos Helio, forjaron en la mina de hierro de Villamanín (León). "Como empleado en El Cubano estuve diez años. Luego, cuando se jubiló el propietario, me quedé yo con el bar y traje a mi hermano Doro, con el que abrí también La Fonte", explica.

Hace una pausa en el relato y se detiene en su familia. "Tuve unos padres ejemplares y unos hermanos (Ezequiel y Doro) que para qué te voy a contar. Además, tengo tres sobrinos y tres sobrinos nietos...", comenta feliz, moviendo ligeramente la cabeza de un lado a otro como si estuviera repitiéndose interiormente esa frase que utiliza con cierta frecuencia: "Mama mía".

Tras ese breve paréntesis, Nano vuelve a sumergirse en su etapa en El Cubano. "Aquello sí que era trabajar y no lo de ahora. Entrábamos a las ocho de mañana y no salíamos hasta las dos de la madrugada. No había descanso y, de hecho, nunca pude ir ni a una discoteca". Pero a pesar de ello, "fueron años maravillosos, con todos esos viejos que aún llevo en el corazón", apunta con cierta nostalgia. Porque fueron 53 años sirviendo un vaso de vino o una comida "a los mismos clientes de siempre".

Nano trabajó siempre en familia y fue precisamente ese calor humano el que consiguió atraer durante años a clientes de toda Asturias. "Para mí lo importante es el corazón. Al dinero le tengo alergia", espeta. Y por eso todavía hoy conserva en su casa todos los recordatorios de comuniones de los niños que pasaron por su restaurante, así como fotografías de esos marineros con los que cantó tantas veces.

Ahora, ya jubilado y aunque son sus empleados los que están detrás de la barra, Nano confiesa que sigue yendo todos los días a El Cubano. Más que nada, porque vive justo encima. No obstante, pasa mucho tiempo en su casa de La Martona, donde transcurre esta entrevista y que fue en el pasado un restaurante de bodas. "Me encanta estar aquí", apunta acariciando a su perra, "Cascarilla".

También disfruta mucho en su Coladilla natal. "Antes iba menos por culpa del trabajo, pero últimamente voy bastante... Y si alguien quiere hacerme una visita a León, que venga, que la puerta está abierta. Hay pan y vino para todos", manifiesta. "Ahora mismo lo que necesitaba era un burro, que tengo un carro en León y quiero bajar leña del monte. Ésa sería mi mayor ilusión", dice. De hecho, a Nano le apasionan los animales y en Candás tiene una finca con gallinas, ovejas, cabras, gochos..., que le hacen el día a día más llevadero.

Porque lo que son mujeres "nada. Tuve muchas novias y de ninguna me olvidé. Pero no, prefiero estar soltero. Para llegar a casarse hay que pensárselo mucho", concluye.

No hay comentarios: